14.3.06

Madrid marzo 2006

Llegué ayer y me quedo hasta principios de mayo.

Es verdad que todo está en obras y nada más salir en el Metro Lavapiés, donde está la que temporalmente es mi casa, flipe mucho con el mastodonte arquitectónico del nuevo Centro Dramático Nacional, dirigido por Gerardo Vera, un director de teatro que dice estar cerca de la gente del barrio. Fácil de imaginar. Las acciones de protesta de los vecinos -que consideran que la inversión es desproporcionada para un barrio que necesita intervenciones públicas urgentes, pero de otro tipo- no han conseguido frenar la construcción del bonito edificio que se ha estrenado con las Divinas Palabras. Cultura como arma de ordenación urbanística, lo llaman.

Pero de momento, Lavapiés sigue siendo un sitio en el que se puede desayunar chocolate con churros o comer un bocata de calamares, como hice ayer nada más llegar en el bar de enfrente.

He venido a Madrid a hacer un doctorado en derecho de la cultura -precisamente- y la experiencia de volver a la uni está siendo bastante surrealista. El grupo de doctorando somos unos 20, menos hombres que mujeres, y con perfiles muy distintos, algunos de Madrid, bastantes de América Latina, casi todos licenciados en derecho (unos ejerciendo, otros rebotados como yo) y la mayoría con muchas ganas de hablar. Esto ultimo es una gozada porque augura encendidos debates. Es significativo que ya desde el primer día nos hayamos enredado bastante en torno a los derechos de autor. Y me consuela que el director del programa esté de acuerdo en cuestionar la regulación actual y se haya atrevido a decir que existen algunas cosas que no deberían abandonarse a la lógica del neoliberalismo. Me consuela ideológicamente -porque mola mucho oirselo decir a un señor doctor, ex-decano de una señora facultad de derecho- y sobre todo por interés práctico -porque no me apetece ni morderme la lengua ni defender yo solita eso del copyleft (copy qué?) en un entorno de juristas disciplinarios que piensan que la cultura es una categoría de derecho privado y debe estar sometida a las mismas reglas que, por ejemplo, la industria del calzado nautico.







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